"Por eso aquél que se libera de deseos
Contempla la secreta perfección.
Aquél que se llena de deseos
contempla solamente sus fronteras."
(El principio) Tao Te Ching de Lao Tzu
Algo que las religiones tiende a confundir es "represión" con "liberación".
Liberarnos es haber observado y haber comprendido las causas profundas de la situación o del comportamiento que nos tiene sometidos impidiendo nuestra libertad y nuestra evolución. Esta observación de nuestro comportamiento y esta comprensión es lo que nos da la libertad para decidir. Es el llamado "libre albedrío", sin él somos marionetas de nuestro destino. Nada más. Con él nos convertimos en Co-creadores de nuestra existencia.
Las religiones reprimen, niegan, prohíben, no reconocen, impiden que desarrollemos nuestro capacidad de decisión. Ante lo que ellas consideran aspectos negativos de la personalidad o aspectos "demoníacos" nos obligan a volver la mirada hacia otro espacio, nos dicen: No debemos observar esas partes nuestras, son malas, abominables, pecaminosas, en ellas está la tentación, el diablo. Considerándolas por tanto como obras de un ser totalmente ajeno, e incluso opuesto, a nosotros mismos y a la creación. Esto sin tener presente que "la misma fuerza que nos destruye es la que nos está construyendo".
Esto visión parcial de la existencia, esta represión de aspectos tan importantes de nuestra personalidad tiene una consecuencia aún más grave: nos impide conocernos a nosotros en la totalidad de lo que somos, convirtiéndonos en seres parciales, incapaces de evolucionar, anclados en la dualidad y en la separación.
Si no admitimos esa parte nuestra más instintiva, más "animal", más irracional e ilógica; si no la conocemos y la integramos seguiremos siendo sus esclavos y continuaremos eternamente dando vueltas y vueltas en esta rueda sin fin de reencarnaciones.
Para poder liberarnos debemos vernos; vernos en la Totalidad de lo que somos: Blanco y negro, bueno y malo, luz y oscuridad, yin y yang, salud y enfermedad, día y noche, Dios y Demonio...
Sólo esta mirada nos puede dar la comprensión necesaria para poder transcender la dualidad, la división y volver a la Unidad con el Todo. Con Dios.
Y para poder mirarnos con esa sinceridad y con esa valentía no es suficiente la oración, la oración es hablar y mientras hablamos no escuchamos. Para poder mirarnos debemos también poder escuchar, es decir Meditar, porque Meditar es escuchar; Orar es hablar. Las dos cosas son igualmente válidas, pero cada una en su momento y en su espacio.
Por tanto si de verdad queremos superar esta Rueda, si de verdad nos queremos Liberar debemos dejar de "reprimir" y debemos empezar a "liberar", es decir a mirarnos con una mirada libre de juicios, de críticas, de culpas y de penitencias. Una mirada sincera y llena de amor hacia nosotros mismos, del que tan necesitados estamos Todos.
Esta carta llamada "La Rueda de la Fortuna" nos invita a observar nuestros deseos que son fundamentalmente la causa primaria de nuestras desdichas y de nuestros sufrimientos. Si somos capaces de observarlos, y de observarnos, con valentía y con sinceridad los comprenderemos y nos comprenderemos.
Sólo entonces nos podremos Liberar...
Manuel Lobón
Tarot Aleister Crowley
(Del libro: "Manual para el Tarot Thoth de Aleister Crowley" de Gerd Ziegler)
La Fortuna
Palabras clave: Júpiter; nuevos comienzos, expansión, creatividad, gran avance, autorrealización, suerte inesperada.
La Fortuna giera en medio de una vorágine de energía y relámpagos. Es el símbolo de la totalidad que, a pesar de su movimiento constante, no cambia.
Las tres figuras (esfinge, mono y cocodrilo) representan divinidades egipcias. La esfinge combina las cuatro virtudes mágicas: el conocimiento, la ambición, el riego y el silencio. La sabiduría se desarrolla a partir de la unidad de los instintos animales y los poderes mentales intuitivos. La espada en las garras de la esfinge indica poderes infalibles de discriminación y razonamiento claro. El mono en el lado inquierdo de la rueda representa la flexibilidad (véase "el Mago"). Parece como si él fuera el que mantiene la rueda en constante movimiento.
El cocodrilo es el dios de la creatividad (Véase "el Loco"). Sostiene dos herramientas en sus manos: en la derecha el "ankh" (cruz egipcia), símbolo del poder rejuvenecedor y curativo de la vida, y en la izquierda el báculo con el extremo curvo, símbolo de la posibilidad que tenemos de ser "los arquitectos de nuestra propia suerte". Podemos aprovechar al máximo todas las buenas oportunidades. El sol está en el centro de la rueda, fuente y punto de encuentro de todas las fuerzas creativas. Es también símbolo de la conciencia, el reconocimiento, la iluminación. Es el centro absoluto, el ojo del huracán que permanece en calma y sin cambios a pesar del movimiento en la periferia. Representa el núcleo más profundo, el testigo que sigue imperturbable a pesar de los constantes altibajos de la dualidad, de la felicidad y la desgracia.
Y, sin embargo, seguimos mirando el borde de la rueda y nos alegramos por el claro avance, por la buena suerte que promete el momento actual. La vida nos guarda regalos y oportunidades inesperadas. Necesitamos un ojo observador para verlas. Las viejas limitaciones se ponen en entredicho y son desobedecidas para permitir que crezca lo nuevo.
Interpretación: Si no ocurre ningún milagro en tu vida es que algo va mal. Tienes la posibilidad de lograr un avance importante. Aprovecha el momento.
Pregunta: ¿Estás verdaderamente preparado para la buena suerte? ¿A qué obstáculos te enfrentas?
Sugerencia: Anota lo que significa para ti la felicidad en tu situación acutal (o coméntalo con alguien de confianza). A continuación, apunta todo lo que te impide ser feliz.
Afirmación: Estoy preparado ya para que ocurra un milagro en mi vida.
Tarot Oswald Wirth
(Del libro: "La sabiduría del Tarot" de Elisabeth Haich)
La Rueda de la Fortuna
He aquí la ilustración de una extraña rueda colocada en un barquito que navega sobre las olas. El barco está formado por dos medias lunas, una roja-positiva, otra
verde-negativa. Una sólida barra gris se alza en medio del barco; dos serpientes, una roja-positiva, otra verde-negativa se enronscan en su base. En su extremo superior, está colocada una gran
rueda. En el eje hay una manivela indicando así que la rueda da vueltas. Está compuesta de dos círculos. El rojo exterior, más grande, simboliza la espiritualidad. El azul interior, más pequeño,
expresa la fe profunda en Dios. Los radios son amarillos; la rueda está, por tanto, controlada por la inteligencia y la razón.
Dos criaturas muy extrañas se encuentran sobre la rueda. La una tiene una cabeza de animal una especie de perro, y el cuerpo humano. Su cabeza y sus largas crines son amarillas, su cuerpo azul. Está ceñida con una faja amarilla, uno de cuyos lados flota fuera de ella. Su mano derecha sostiene el "bastón de Hermes".
La otra representa un diablo provisto de un tridente de Neptuno. Sus pies son sustituidos por aletas, como un tritón. Está, por tanto, relacionada con el elemento "Agua". Su cabeza es de color indefinido, su cuerpo verde. Está también ceñida con una faja del mismo color que su cabeza. Las tiras flotantes indican que la rueda gira hacia la izquierda, movida por alguna fuerza invisible.
La rueda está rematada por un soporte amarillo, sobre el que aparece sentada una esfinge que reúne en sí los cuatro elementos. La cabeza roja y la cofia rayada en rojo y blanco representan al elemento "Fuego". Las alas azules significan el elemento "Aire". El cuerpo es el de un león cuya parte superior, de color verde, simboliza el elemento "Agua", y la inferior, de color pardo, se relaciona con el elemento "Tierra". El extremo de la cola es rojo como la cabeza, es decir de fuego. La esfinge está dotada de garras de león y, en su pata derecha, tiene una espada.
¿Qué significa esta extraña carta?
Expresa el estado de conciencia como continuación del de la novena carta, el Ermitaño, en el que el hombre se retira del "mundo" para entrar dentro de sí, en su ser más íntimo, y desprenderse de todo lo que era personal. Sólo al exterior, seguía tomando parte en lo que la suerte le deparaba. En su interior, era dueño de sí, se había hecho libre. El combate que le permitió liberarse no sólo del "mundo", sino también de su destino total, fue duro. Ahora es consciente de que no puede liberarse de los problemas que se le plantean, porque éstos le persiguen. Si se hubiera marchado, habría llevado consigo estos problemas, se le habrían acumulado otros y todos habría exigido una solución. Él se deshace de todas las dificultades de su destino, como de un abrigo usado. Solucionar su destino terrestre no significaba, por tanto, abandonar familia y trabajo, sino por el contrario acumular experiencias. Ha de afrontar y dominar todas las situaciones de esta vida que quería abandonar. Cuando haya aprendido lo que tenía que aprender, afrontará un trabajo y unos problemas de categoría superior. Tendrá que hacerles frente y así descubrirá nuevas verdades y se enriquecerá con nuevas experiencias. En su actual situación, ya no quiere dejar su trabajo ni eludir los deberes que le están encomendados, sino que los convierte en motivos de aprendizaje. De forma consciente, busca todo lo que puede aprender, todas las ventajas psíquicas y espirituales que peude sacar de ellos. No se da cuenta de que, poco a poco, se va operando en él una transformación, pues el cambio no viene del exterior, sino que se realiza en su interior. Ahora reacciona de modo distinto ante los acontecimientos exteriores. En su foro interno, se ha convertido en un verdadero Ermitaño.
Al exterior, nadie se da cuenta de este cambio. El destino se realiza como antes. De momento, la única diferencia está en el hecho de que el hombre comienza a analizar de arriba abajo todo lo que se refiere a su vida terrena, lo mismo que la esfinge mira desde lo alto. Continúa liberándose interiormente de todo lo que tenía atado, dirige su persona y la hace actuar como un instrumento de trabajo, sin que su Yo se vea por ello afectado. Observa cuanto le concierne, como si se tratara de una tercera persona. Sigue siendo dueño de sí mismo como la esfinge, que simbolizando su Yo supremo, está por encima de la Rueda de la Fortuna y observa lo que ocurre sin participar en ello. Sostiene en sus "garras" la espada, dispuesto a arremeter para hacer respetar su voluntad, si alguien se opone a ella.
A este nivel de conciencia no se sumerge por su cuenta en el océano de la vida, sino que se deja arrastrar por el barco sobre las olas. En esta carta, el barco esá formado por dos medias lunas. La luna representa el corazón del hombre. La sensibilidad se ha hecho espiritual, llena de amor y comprensión, como lo muestran los colores rojo y verde. Los círculos rojo y azul significan que el hombre analiza su destino, primero desde un punto de vista espiritual y luego únicamente con sus sentimientos. Los rayos amarillos expresan la energía de la inteligencia que, en su actual situación, juega el papel más importante.
La barra vertical y las dos serpientes no son otra cosa que una interpretación del barco de Hermes, símbolo del hombre que se remonta a Hermes Trimegisto, gran iniciado caldeo. Tal como está representado en la mano de la entidad animal, este bastón de Hermes tiene dos alitas y se termina por una bola. El bastón simboliza la columna vertebral del hombre, la bola su razón, las alas su espíritu superior que planea. En torno al bastón, se enroscan dos serpientes, se cruzan varias veces y se observan mutuamente, manteniéndose a raya, mostrando así la tensión que existe entre ellas. Estas dos serpientes simbolizan las dos grandes corrientes que animan al hombre. La filosofía védica hindú las llama los canales mayores de la vida: Ida y Pingala-Nadi. Pingala, la serpiente roja, está a la derecha de la columna vertebral, e Ida, la serpiente verde, a la izquierda. El canal central de la columna se llama Sushumna Nadi. En cuanto a la rueda, simboliza el destino del hombre, tal como se lo hja forjado y gira en torno a su Yo, como los planetas en torno al sol. Los dos grandes instintos dan vueltas con su persona terrestre-material. Son el instinto de conservación y el institno de conservación de la especie a los que aún no domina totalmente.
El instinto de conservación se representa aquí por un animal, es "el animal" en nosotros como lo describe Paracelso. Domina el cuerpo terrestre del hombre y su salud física. Por eso, la criatura mantiene en su mano el bastón de Hermes con las tres corrientes de vida. Este instinto rige el cuerpo desde el interior y concede al hombre la facultad y el deseo de conservarlo en buena salud, de comer y de beber. Eso es, en todo caso, lo que debería suceder en todo hombre sano que aún no ha dañado sus instintos con distintas pasiones.
El instinto de conservación de la especie está representado por un diablo, que trabaja con la savia del cuerpo que trasmite la vida. Simboliza el instinto sexual inconsciente, puramente animal, que no tiene nada que ver con el amor.
Estas dos fuerzas instintivas sólo actúan en el cuerpo, en la persona terrestre del ser, jamás en su espíritu; son precisamente su manifestación psíquica. Una misma cosa no puede estar en dos lugares a la vez. La energía divina creadora se manifiesta, bien en el espíritu bajo la forma de una fuerza creadora, bien en el cuerpo bajo la forma de energía sexual. A este nivel, el hombre es consciente en su espíritu, pero no puede todavía transformar estos dos instintos.
Por eso, su razón domina sus instintos los mismo que la esfinge de esta carta que, por encima de todo, determina lo que debe suceder en el cuerpo, en la propia persona. El hombre reina ya en su esfera. Los Upanishads lo dicen muy bien
"Aquel que vive en la tierra,
aunque tan distinto de la tierra,
al que la tierra desconoce,
cuyo cuerpo es tierra,
el que interiormente dirige la tierra,
ESE es tu YO, tu guía interior,
¡tu Yo INMORTAL!"
Aquí, como en la Biblia, la palabra tierra significa el cuerpo, la persona creada por las energía terrenas. El cuerpo no conoce al espíritu, al Yo, al inmortal; el espíritu, por el contrario, el Yo, el inmortal, conoce al mortal, a la persona y la dirige desde el interior, desde el inconsciente del ser.
Esta carta lleva el número 10 y la letra YODH (la i de nuestro alfabeto).
Diez es el número de la realización, de la terminación de la creación. El círculo infinito, el cero, que forma al mismo tiempo la letra O, simboliza el universo, el espacio ilimitado, el aspecto maternal de Dios. Representa la nada absoluta, aunque lista ya para dar a luz, para recuperar todo en él, para absorberlo todo. El cero sólo se convierte en número, si está precedido por una de las nueve cifras. El número 1 y la letra YODH (nuestra i) son idénticos. Representan la primera manifestación de Dios. Todo número y toda letra proceden de esta manifestación original. Son la energía fecundante de Dios, el Logos, el principio creador que, en el gran cero ilimitado, el espacio infinito, es el origen de innumerables mundos y criaturas vivas. En el número 10 la creación está realizada y consumada. El principio creador de Dios, masculino-positivo, ha penetrado el espacio, el aspecto maternal-negativo, lo ha fecundado, se ha hecho uno, se ha unido a él.
Representado de forma correcta, el número 10 es un círculo que lleva en sí la energía fecundadora, positiva y creadora de Dios.
La Rueda de la Fortuna explica también el número 10. La Rueda es el cero, la barra de apoyo es el 1, ese 1 idéntico a la letra Yodh o i.
En el alfabeto hebreo, como en los demás alfabetos del mundo, todas las letras provienen de la única Yodh o i. La escritura hebrea es una escritura flamígera. Cada letra es una combinación de llamas. Yodh es la primerísima llama del fuego divino, del espíritu de Dios. Toda formación de llamas, las letras, procede de esa primera llama. Lo mismo que la cifra 1, número original, fuente de todos los demás números, la letra Yodh es la letra original, la primera llama del espíritu divino de la que proceden y se forman todas las demás letras. A este nivel de conciencia, el hombre debe adentrarse hasta lo más profundo de su ser, hasta las raíces, de donde volverá a salir renovado. Con una actitud diferente, tomaráa una nueva dirección y emprenderá un camino nuevo. La primera carta del Tarot, el Mago, representaba el comienzo, con el número 1 y la letra Alef. Ahora, en la Rueda de la Fortuna, donde el número uno está unido al cero infinito, el hombre se encuentr con un nuevo comienzo, pero a un nivel superior. En lo sucesivo continúa, no ya con cifras, sino con números -por décadas- unidos al cero, símbolo del universo. Ya no es un ser individual aislado, sino que comienza a hacerse una parte del Todo, la razón del cero.
El décimo Sefirot es Malkuth que significa Reino. Esta carta del Tarot termina la serie de los Sefirot.
La carta 10 completa a la 9. La suma de éstas es 19 y, por reducción cabalística, llev al número 1: 10+9=19,1*9=10=1.
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