Libérate a ti mismo

 Capítulo I

La historia de la vida es así de simple

 

    Una niña pequeña ha decidido hacer el dibujo de una casa para el cumpleaños de su madre: En su mente la casa ya está dibujada; la ve claramente y conoce hasta el más mínimo detalle, sólo tiene que plasmarla en el papel.

   Termina el dibujo a tiempo para el cumpleaños. Le ha dado forma a la idea que tenía de la casa lo mejor que ha podido. Es una obra de arte porque la ha hecho ella misma, cada pincelada la ha dado por el amor que siente hacia su madre, y cada ventana y cada puerta la ha pintado con la convicción de que ese es el lugar donde deben estar. Aunque parezca un pajar, es la casa más perfecta que ha pintado en su vida. Es un éxito porque la pequeña artista ha puesto al pintarla todo su corazón y su alma, todo su ser.

   Esto es salud, éxito, felicidad y verdadero servicio a los demás; el servicio a través del amor en perfecta libertad según la forma de cada uno.

   Nosotros llegamos a este mundo sabiendo el dibujo que queremos hacer, con nuestro camino en la vida ya trazado, y todo lo que nos queda por hacer es darle una forma material. Entramos aquí llenos de alegría y de interés, concentrando toda nuestra atención en el perfeccionamiento de ese dibujo y traduciendo nuestros pensamientos y propósitos lo mejor que podemos en la vida física dentro del entorno que hayamos elegido.

   Si seguimos desde el principio hasta el final con todas nuestras fuerzas nuestros propios ideales, nuestros propios deseos, no podrá haber fracasos, nuestra vida será un rotundo éxito, una vida saludable y feliz.

   Con esta misma historia sobre la niña pintora podemos ilustrar cómo las dificultades de la vida interfieren, si se lo permitimos, en ese éxito, esa felicidad y esa salud para impedirnos alcanzar nuestros propósitos.

   La niña está ocupada haciendo el dibujo muy contenta cuando alguien se le acerca y le dice: "¿Por qué no pones una ventana aquí y una puerta ahí? Y el camino del jardín debería ir en esa dirección". El resultado es que la niña pierde totalmente el interés por el dibujo; es posible que siga con él, pero ahora sólo está plasmando las ideas de otra persona en el papel. Ante estas sugerencias se puede mostrar enfadada, irritada, infeliz o tener miedo a negarse a ponerlas en práctica. Entonces empezará a odiar el dibujo y tal vez incluso lo rompa (dependiendo del tipo de niña de la que se trate, seguramente esta será la reacción más probable).

   El dibujo que queda al final seguramente es una casa reconocible, pero será imperfecta y un fracaso porque es la interpretación de las ideas de otra persona, no las de la niña. Ya no le sirve como regalo porque no ha llegado a tiempo al cumpleaños de su madre y ella no va a esperar todo un año para recibir su regalo.

    Esto es la enfermedad, una reacción ante una interferencia. Es un fracaso temporal y una infelicidad que sucede cuando permitimos que otros interfieran en nuestro propósito en la vida e introduzcan dudas, miedos o indiferencia en nuestras mentes.

 

Capítulo II

La salud depende de que nosotros estemos

en armonía con nuestras almas

 

    Es esencial comprender el verdadero significado de salud y enfermedad.

   La salud es nuestra herencia y nuestro derecho. Es la unión completa y total entre el alma, la mente y el cuerpo. No se trata de un ideal lejano y difícil de alcanzar, sino de uno fácil y natural al que muchos de nosotros no le damos importancia.

   Todas las cosas terrenas no son más que la interpretación de las cosas espirituales. La más pequeña e insignificante incidencia tiene un propósito divino detrás.

   Cada uno de nosotros tenemos una misión divina en este mundo y nuestras almas, mentes y cuerpos son los instrumentos para realizar ese trabajo. Por eso cuando los tres trabajan al unísono el resultado es la salud y la felicidad perfectas.

   Una misión divina no implica ningún sacrificio, ningún aislamiento del mundo, ningún rechazo de las alegrías de la belleza y la naturaleza; al contrario, es un disfrute mayor de todas las cosas.  Significa hacer las tareas de la casa, o sembrar las cosechas, o pintar, o actuar o proporcionar algún servicio a nuestros semejantes en cualquier casa o tienda. Y ese trabajo, sea el que sea, si lo disfrutamos por encima de todo, es el mandato de nuestras almas, la tarea que hemos venido a hacer a este mundo y en la única en que podemos ser nosotros mismos interpretando de forma material el mensaje de nuestro propio ser.

   Por nuestra salud y nuestra felicidad podemos evaluar lo bien que estamos interpretando ese mensaje.

   En el hombre perfecto están todos los atributos espirituales y venimos a este mundo a ponerlos de manifiesto para perfeccionarlos y reforzarlos de forma que ninguna experiencia o dificultad pueda debilitarse o desviarnos de la consecución de este propósito. Elegimos una ocupación terrenal y las circunstancias externas que nos proporcionan las mejores oportunidades de ponernos a prueba hasta el límite. Venimos a este mundo siendo totalmente conscientes de nuestra tarea particular, con el increíble privilegio de saber que todas nuestras batallas están ganadas antes de librarlas, que la victoria es segura antes incluso de que nos pongan a prueba porque sabemos que somos hijos del Creador y que por ello somos divinos, inconquistables e invencibles. Sabiendo esto la vida es todo felicidad; los apuros y las experiencias no son más que aventuras que se desvanecen como la neblina cuando sale el sol y no nos queda más que darnos cuenta de nuestro poder, nuestra divinidad.

   Dios les ha dado a sus hijos dominio sobre todas las cosas. Sólo tenemos que escuchar: nuestras almas nos guiarán en cualquier circunstancia y cualquier dificultad y dirigirán a la mente y el cuerpo para que pasen por la vida irradiando felicidad y una salud perfecta, libres de todas las preocupaciones y responsabilidades como un niño pequeño que confía plenamente.

 

Capitulo III

Nuestras almas son perfectas porque somos hijos

del Creador y todo lo que ellas nos dicen que

hagamos es por nuestro bien

 

   La salud es la verdadera consciencia de todo lo que somos. Somos perfectos: somos hijos de Dios. No necesitamos esforzarnos para conseguir lo que ya es nuestro. Solamente estamos aquí para manifestar de forma material la perfección con la que nos dotaron desde el principio de los tiempos. La salud es escuchar únicamente los mandatos de nuestras almas, es confiar plenamente como los niños pequeños, es rechazar nuestro intelecto (ese árbol del conocimiento del bien y del mal) con todos sus razonamientos, sus "pros", sus "contras" y sus anticipaciones e ignorar las convenciones, las ideas triviales y los mandatos de otras personas para que podamos pasar por la vida intactos, sin daño alguno, libres para servir a nuestros semejantes.

   Podemos juzgar nuestra salud en función de nuestra felicidad, y según nuestro nivel de felicidad podremos saber si estamos obedeciendo los dictados de nuestras almas. No es necesario convertirse en moje o monja o apartarse del mundo; el mundo está ahí para que nosotros lo disfrutemos y le sirvamos, y sólo sirviendo a los demás llenos de amor y felicidad podremos ser realmente útiles y hacer la mejor tarea posible. Algo que se hace por sentido del deber y tal vez también con irritación e impaciencia no sirve para nada, sólo es un precioso tiempo perdido mientras hay por ahí algún otro ser humano que realmente necesita nuestra ayuda.

   No hace falta analizar, discutir o envolver la verdad con muchas palabras. Todo el mundo la comprende en un segundo, porque es parte de cada uno de nosotros. Sólo necesitamos convencernos de la cosas complicadas y no esenciales de la vida que nos han llevado al desarrollo del intelecto. Las cosas que cuentan son simples y son aquellas de las que decimos: "Vaya, eso es verdad y parece que lo he sabido siempre". Darse cuenta de que la felicidad nos llega cuando estamos en armonía con nuestro ser espiritual y de que cuánto más cercana sea la unión, más intensa será la felicidad es igual de fácil. Piensen en lo radiante que a veces parece una novia en la mañana de su boda o el arrobamiento de una madre mirando a su bebé recién nacido o el éxtasis de un artista al completar una obra maestra; los momentos de unión espiritual son igual.

    Imaginen lo maravillosa que sería la vida si todos nosotros viviéramos envueltos en una alegría como esa. Eso es posible cuando nos sumergimos hasta perdernos en la tarea de nuestra vida.

 

Capítulo IV

 Si seguimos nuestros instintos, nuestros deseos,

nuestros pensamientos y nuestros anhelos nunca

conoceremos otra cosa que salud y felicidad

 

    No es un logro lejano y difícil el poder llegar a escuchar la voz de nuestra propia alma; es tan simple para nosotros que no tenemos que hacer más que aceptarlo. La simplicidad es la clave de toda la creación.

    Nuestra alma (esa vocecita queda, la voz del mismo Dios) nos habla a través de la intuición, de los instintos, los deseos, los ideales, las cosas que nos gustan y las que no....  De la forma que nos resulta más fácil escucharla a cada uno. ¿Cómo podría Él hablarnos si no? Nuestros verdaderos instintos, anhelos o gustos se nos dan para que podamos interpretar los mandatos espirituales de nuestra alma a través de nuestras limitadas percepciones físicas, porque a muchos de nosotros no nos es posible estar en comunión directa con nuestro Ser Superior. La intención es que sigamos estos mandatos de forma implícita, porque el alma por sí sola sabe qué experiencias son necesarias para una personalidad en concreto. Sea el que sea el mandato, trivial o importante (las ganas de tomar otra taza de to un cambio total en los hábitos de vida), debemos obedecerlo sin rechistar. El alma sabe que la saciedad es la verdadera cura para todo lo que nosotros en este mundo consideramos pecado y erróneo, porque ese fallo no está erradicado hasta que todo nuestro ser se subleva en contra de un acto, simplemente se queda latente; así que es mucho mejor y más rápido ir a la cocina y no dejar de meter el dedo en el bote de la mermelada hasta que estemos tan hartos de ella que ya no nos atraiga nunca más.

    Nuestros verdaderos deseos, los anhelos de nuestro verdadero yo, no deben confundirse con los deseos y anhelos de otras  personas (que tan a menudo se ven implantados en nuestras mentes) o de nuestra conciencia, que sólo es otra palabra para describir lo mismo. No debemos prestarle mucha atención a la interpretación que hace el mundo de nuestras acciones. Sólo nuestra propia almaaa es responsable de nuestro bien y nuestra reputación está en manos de Dios. Podemos descansar tranquilos sabiendo que sólo hay un pecado: No obedecer los dictados de nuestra propia divinidad. Ese es un pecado contra Dios y contra nuestro prójimo. Esos deseos, anhelos e intuiciones nunca son egoístas; sólo nos incumben a nosotros siempre están bien para cada uno. Por eso nos traen salud a cuerpo y mente.

   La enfermedad es el resultado en el cuerpo físico de la resistencia de la personalidad a la guía que nos proporciona nuestra alma. Se produce cuando hacemos oídos sordos a esa "vocecita queda" y olvidamos a la divinidad que hay en el interior de nosotros. Intentamos imponerles nuestros deseos a otros o dejamos que sus sugerencias, sus pensamientos y sus mandatos tengan influencia sobre nosotros.

   Cuanto más nos liberamos de las influencias externas de otras personalidades, mejor puede utilizarnos nuestra alma para hacer la tarea que Él ha elegido para nosotros.

   Sólo cuando intentamos controlar y mandar sobre otra persona es cuando estamos siendo egoistas. Pero el mundo intenta decirnos que lo que es egoísmo es actuar según nuestros propios deseos. Eso se debe a que el mundo quiere esclavizarnos, porque es solamente cuando nos reconocemos y libramos a nuestro yo de todas las trabas cuando podemos trabajar por el bien de la humanidad. Una gran verdad que ya dijo Shakespeare: "Y, sobre todo, sé fiel a ti mismo, pues de ello se sigue, como el día a la noche, que no podrás ser falso con nadie".

   La abeja, al escoger una flor en particular para hacer su miel, es también el medio utilizado para traerle el polen necesario para la vida futura de las jóvenes plantas.

 

Capítulo V

permitir interferencias de otras personas que no

 nos dejan escuchar los dictados de nuestra propia alma hará que se ceben en nosotros la falta de armonía y la enfermedad. En cuanto el pensamiento de otra persona entra en nuestras mentes, nos desvía de nuestro verdadero curso

 

    Dios nos dio a todos en el momento del nacimiento una individualidad. Nos dio nuestra propia tarea que cumplir, que sólo nosotros podemos llevar a cabo. Y también nos dio nuestro propio camino para seguir, en el que nada debería interferir. Y es tarea nuestra no solo no permitir ninguna interferencia, sino también lo que es más importante, procurar no interferir en el camino de ningún otro ser humano. En esta tarea reside la verdadera salud, el verdadero servicio y el cumplimiento de nuestro propósito en la tierra.

   Las interferencias se producen en todas las vidas, son parte del Plan Divino; son necesarias para que aprendamos a resistir ante ellas. De hecho podemos verlas como oponentes útiles que solo están ahí para ayudarnos a aumentar nuestras fuerzas y a percatarnos de nuestra divinidad y nuestra invencibilidad. Nos daremos cuenta de que cuando dejamos que nos afecten, adquieren importancia y tienden a boicotear nuestros progresos. Depende únicamente de nosotros la rapidez con la que progresemos; si dejamos que algo interfiera en nuestra misión divina, si aceptamos la manifestación de esa interferencia en nuestra misión divina, si aceptamos la manifestación esa interferencia (también denominada enfermedad) y permitimos que limite o dañe nuestros cuerpo, o si nosotros, como hijos de Dios, utilizamos estas interferencias para afianzarnos con más firmeza en nuestro propósito.

    Cuantas más dificultades aparentes surjan en nuestro camino, más seguros podremos estar de que nuestra misión merece la pena. Florence Nightingale alcanzó su ideal a pesar de la oposición de toda una nación; Galileo siguió creyendoi que la Tierra era redonda a pesar de que todo el mundo le contradecía; y el patito feo se convirtió en un cisne a pesar de las burlas de toda su familia.

   No tenemos derecho a interferir en la vida de ninguno de los hijos de Dios. Cada uno de nosotros tiene su tarea y tiene el poder y el conocimiento para realizarla a la perfección. Sólo cuando olvidamos esto e intentamos imponerle a la fuerza nuestra tarea a los demás o les dejamos interferir en la nuestra es cuando surge la fricción y la falta de armonía.

    Esta falta de armonía, la enfermedad, se manifiesta en el cuerpo, porqu el cuerpo es el reflejo de obras del alma, igual que la cara muestra la felicidad con sonrisas o el mal humor con ceños fruncidos. Ocurre lo mismo con las cosas más importantes: el cuerpo refleja las verdaderas causas de la enfermedad (que suelen ser el miedo, la indecisión, la duda, etc.) mediante el desarreglo de los sistemas y los tejidos.

   Por todo esto la enfermedad es el resultado de la interferencia, tanto la de otra persona en nuestras vidas como la nuestra en las vidas de otros.

 

 

Capítulo VI 

Todo lo que tenemos que hacer es preservar

nuestra personalidad, vivir nuestra propia vida,

ser los capitanes de nuestro propio barco

y así todo irá bien

 

    Hay grandes cualidades que todos los hombres van perfeccionando gradualmente, concentrándose en una o dos cada vez. Son las mismas que se han manifestado en las vidas terenales de los grandes maestros que han venido a este mundo en diferentes épocas para enseñarnos y ayudarnos a ver las formas fáciles y simples que existen para superar las dificultades.

    Estas cualidades son:

 

- EL AMOR

- LA COMPASIÓN

- LA PAZ

- LA INQUEBRANTABILIDAD

- LA AMABILIDAD

- LA FUERZA

- LA COMPRENSION

- LA TOLERANCIA

- LA SABIDURIA

- EL PERDON

- EL CORAJE

- LA FELICIDAD

 

   Al perfeccionar estas cualidades en nosotros mismos cada uno eleva a todo el mundo un paso más hacia el objetivo final glorioso e increíble. Nos damos cuenta de que no buscamos ningún logro egoísta de mérito personal, sino que todos y cada uno de los seres humanos, rico o pobre, superior o inferior, tienen la misma importancia en el Plan Divino y  a todos se les ha dado el mismo poderoso privilegio de ser salvadores de este mundo simplemente por saber que son hijos perfectos del Creador.

   Igual que existen estas cualidades, estos pasos hacia la perfeccipon, también hay obstáculos o interferencias que sirven para reforzar nuestra determinación de permanecer firmes.

   Estás son las verdaderas causas de la enfermedad:

 

- LA CONTENCIÓN

- EL MIEDO

- LA INQUIETUD

- LA INDECISIÓN

- LA INDIFERENCIA

- LA DEBILIDAD

- LA DUDA

- EL EXCESO DE ENTUSIASMO

- LA IGNORANCIA

- LA IMPACIENCIA

- EL TERROR

- EL DOLOR ESPIRITUAL

 

   Si se lo permitimos, todo esto reflejará en nuestro cuerpo causando lo que denominamos enfermedad. Hasta el momento no hemos comprendido las verdaderas causas y hemos atribuido esta falta de armonía a influencias externas, gérmenes, frío, calor, etc. y le hemos puesto nombre a los resultados: artritis, cáncer, asma..., siempre pensando que la enfermedad empieza en el cuerpo físico.

   Hay claramente diferentes grupos dentro de la humanidad y cada grupo realiza su  propia función: manifestar en el mundo material la lección que han aprendido. Cada individuo dentro de estos grupos tiene una personalidad propia definida, una tarea clara que hacer y una forma individual de llevarla a cabo. También hay causas de falta de armonía que, a menos que nos aferremos a nuestra personalidad definida y a nuestra tarea, pueden afectar a nuestro cuerpo en forma de enfermedad.

   La verdadera salud es la felicidad y la felicidad es muy fácil de conseguir, porque en las cosas pequeñas: hacer las cosass que nos encanta hacer, estar con la gente que nos gusta de verdad. No hay ninguna presión, no hace falta hacer ningún esfuerzo ni luchar por nada; la salud está ahí para que nosotros la aceptemos siempre que queramos.  Nosotros estamos hechos para encontrar la forma de conseguirla y realizar nuestra tarea. Pero muchos reprimen sus verdaderos deseos e intentan ser peces que sobreviven fuera del agua: siguiendo los deseos de su padre, un hijo se convertirá en abogado, soldado, ejecutivo o cualquier otra cosa, aunque su verdadero deseo sea ser carpintero; por las ambiciones de una madre de ver a su hija bien casada, el mundo puede estar a punto de perder a otra Florence Hightingale. Este sentido del deber es falso, supone un flaco servicio al mundo y acaba en la infelicidad y probablemente en una gran parte de la vida desperdiciada antes de que se rectifique el error.

   Un Maestro dijo una vez: "¿No sabíais que tengo que ocuparme de los asuntos de mi Padre?", queriendo decir que Él debía obedecer a Dios y no a sus padres terrenales.

   Lo que debemos hacer es encontrar lo que más nos atraiga en la vida y hacerlo; que eso forme parte de nosotros tan íntimamente que nos resulte tan natural como respirar, tan natural como es hacer miel para una abeja o para un árbol mudar las hojas en otoño y hacer nacer nuevas en primavera. Si estudiamos la naturaleza veremos que todas las criaturas (los pájaros, los árboles y las flores) tienen un papel definido que representar y su propia tarea concreta y peculiar con la que contribuyen y  enriquecen todo el Universo. Un simple gusano entretenido en su tarea diaria ayuda a drenar y purificar la tierra; la tierra le proporciona nutritientes a todas las plantas verdes, y a su vez la vegetación alimenta a la humanidad y a todas las criaturas vivientes, que a su debido tiempo vuelven a la tierra para enriquecerla. Su vida está llena de belleza y de utilidad y su tarea es tan natural para ellos como su propia vida.

   Y nuestra propia tarea, cuando la descubrimos, nos pertenece, por eso encaja con nosotros y nos resulta sencilla, no nos procura ningún esfuerzo y nos da felicidad; nunca nos cansamos de ella, es como un hobby. Es una demostración de nuestra verdadera personalidad, porque todos nuestros talentos y capacidades están en nuestro interior esperando para manifestarse. Al hacer nuesra tarea somo felices y nos sentimos como en casa y sólo cuando somos felices (lo que no nos exige más que obedecer los mandatos de nuestra alma) es cuando podemos hacer nuestra mejor tarea.

   Y si hemos encontrado nuestra tarea adecuada, la vida solo es diversión. Algunas personas tienen la seguridad desde pequeños de lo que están destinados a ser y esos les acompaña durante toda su vida. Algunos lo encuentran en la infancia, pero las sugerencias o críticas de otros o las circunstancias los apartan de ello. Pero siempre hay tiempo de volver a nuestros ideales aunque no nos demos cuenta de cuáles son inmediatamente; podemos seguir buscándolos y la sola búsqueda nos reportará equilibrio, porque nuestras almas tienen mucha paciencia con nosotros. El deseo correcto, el motivo adecuado, sin importar cuál sea el resultado, es lo que cuenta, el verdadero éxito.

   Así que si usted preferiría ser granjero antes que abogado, o barbero en vez de conductor de autobúss, o cocinero en vez de tendero, cambie de trabajo, sea lo que desea ser. De esa forma conseguirá estar bien y feliz, trabajará con entusiasmo y hará mejor trabajo como granjero, barbero o cocinero de lo que podrá hacer en el otro trabajo que nunca fue adecuado para usted.

  Así estará obedeciendo los dictados de su ser espiritual.

 

 

 

Capítulo VII

Una vez que nos damos cuenta de nuestra

divinidad, es resto es fácil

 

  En el principio, Dios le dio al hombre dominio sobre todas las cosas. El hombre, el hijo del Creador, tiene una razón más fuerte para su falta de armonía que una corriente que lelgue desde una ventana abierta. Nuestro "error no está en las estrellas, sino en nosotros mismos". ¡Qué llenos de gratitud y de esperanza podríamos estar si nos diéramos cuenta de que la curación está en nuestro interior! Si eliminamos la fata de armonía, el miedo, el terror, la indecisión y conseguimos la armonía entre la mente y el alma, el cuerpo volverá a ser perfecto en todas sus partes.

   Sea cual sea la enfermedad, el resultado de esa falta de armonía, podemos estar seguros de que la curación queda a nuestro alcance por nuestros propios medios, porque nuestras almas nunca nos van a pedir más de lo que podemos hacer sin dificultad.

   Todos nosotros somos sanadores, porque cada uno de nosotros en el fondo del corazón tenemos amor por algo (por los demás, por los animales, por la naturalez, por  alguna forma de belleza) y  queremos proteger y ayudar a crecer a ese aglo. También todos tenemos compasión por aquellos que sufren. Eso es natural, porque todos hemos sufrido en algún momento de nuestra vida. Por ello no sólo podemos curarnos a nosotros mismos, sino que también tenemos el privilegio de poder ayudar a otros a curarse. La única cualificación que tenemos que tener para ello es el amor y la compasión.

   Nosotros, como hijos del Creador, tenemos en nuestro interior toda la perfección y hemos venido a este mundo sólo para darnos cuenta de nuestra divinidad, para que todas esas pruebas y experiencias pasen sin tocarnos porque a través del poder divino todas las cosas son posibles para nosotros.

 

Capítulo VIII

Las hiebas curativas son aquellas que tienen el poder

de ayudarnos a preservar nuestra personalidad

 

   Igual que Dios nos ha dado comida para alimentarnos, Él también ha colocado entre las hierbas de los campos unas plantas maravillosas que nos curan cuando estamos enfermos. Están ahí para tender al hombre una mano en las horas oscuras en las que pierde de vista a la divinidad y permite que la nube de miedo y dolor le oscurezca la visión.

  

 Estas hierbas son:

 

- ACHICORIA

- MÍMULO

- AGRIMONIA O HIERBA DE SAN GUILLERMO

- ESCLERANTO

- CLEMÁTIDE

- CENTÁUREA MENOR

- GENCIANA

- VERBENA

- CERATOSTIGMA

- IMPACIENCIA O HIERBA DE SANTA CATALINA

- HELIÁNTEMO O TAMARILLA

- VIOLETA DE AGUA

 

    Cada hierba se córresponde con una de las cualidades y su propósito es reforzarla para que la personalidad se eleve por encima de todos los errores que suponen un escollo para cada uno de nosotros.

 

Capítulo IX

La verdadera naturaleza de la enfermedad

 

 

  Para la verdadera curación no importan ni la naturalez ni el nombre de la enfermedad física. La enfermedad del cuerpo no es más que el resultado de la falta de armonía entre el alma y la mente. Sólo es un síntoma de la causa, y como la causa se manifestará de forma diferente en cada individuo, debemos eliminar la causa y los resultados posteriores, sean los que sean, desaparecerán automáticamente.

   Se puede comprender esto con más claridad tomando como ejemplo el suicidio. No todos los suicidas deciden ahogarse; algunos se tiran desde un lugar alto, otros toman veneno, pero detrás de todos estos actos está la desesperación. Si ayudamos a estas personas a superar su desesperación y a encontrar a alguien o algo por lo que vivir, quedarán curados de forma permanente. Si les quitamos el veneno solamente les salvaremos por un tiempo, hasta que decidan hacer otro intento. El miedo también hace que las personas reaccionen de formas muy diferentes: algunos se quedan pálidos, otros enrojecen, algunos se ponen histéricos y  otros se quedan sin habla. Expliquémosles sus miedos, mostrémosles que son lo suficientemente grandes para superarlos y enfrentarse a cualquier cosa y entonces nada les dará miedod. Al niño dejarán de darle miedo las sombras en la pared si se le da una vela y se le enseña a hacerlas bailar.

   Hemos estado durante tanto tiempo culpando a los gérmenes, al tiempo o la comida de ser causas de las enfermedades... Pero muchos de nosotros somos inmunes a una epidemia de gripe, a algunos les provoca euforia el viento frío y otros pueden comer queso o beber café muy negro bien entrada la noche y eso no tiene ningún efecto sobre ellos. Nada de lo que hay en la naturaleza puede hacernos ningún daño si estamos felices y en armonía; muy al contrario, toda la naturaleza está para que podamos usarla y disfrutarla. Sólo cuando dejamos que la duda, la depresión, la indecisión o el miedo se cuelen en nuestras vidas nos volvemos sensibles a las influencias externas.

   La verdadera causa que subyace a la enfermedad y la que tiene una importancia esencial es el estado mental del paciente, no el estado de su cuerpo.

    Cualquier enfermedad, por muy seria o duradera que sea, se curará si se restaura la felicidad del paciente y su deseo de seguir con su vida. Muy a menudo sólo se trata de una ligera alteración en su modo de vida, una pequeña idea fija que le está haciendo intolerante ante los demás, un equivocado sentido de la responsabilidad que mantiene a la persona esclava cuando podría estar haciendo un trabajo estupendo.

    Hay siete estados maravillosos en la curación de una enfermedad:

 

- LA PAZ

- LA ESPERANZA

- LA FELICIDAD

- LA FE

- LA CERTIDUMBRE

- LA SABIDURIA

- EL AMOR

 

 

Capítulo X

Ganar y regalar libertad

    

   El objetivo final de toda la humanidad es la perfección y para lograr este estado el hombre debe aprender a pasar por todo tipo de experiencias sin que le afecten, debe enfrentarsee a todas las interferencias y tentaciones sin que nada le distraiga de su curso. Entonces estará libre de todas las dificultades, apuros y sufrimientos de la vida y habrá guardado en su alma el amor, la sabiduría, el coraje, la tolerancia y la comprensión perfectos como resultado de haberlo visto y conocido todo. El jefe perfecto es aquel que ha pasado por todas las etapas del negocio.

   Podemos hacer que este viaje sea una aventura corta y divertida si somos conscientes de que la libertad de las ataduras sólo se logra dando libertad: nosotros seremos liberados y liberaremos a los demás, porque sólo podemos enseñar con el ejemplo. Al regalarle la libertad a todo ser humano que entra en contacto con nosotros, a todas las criaturas, a todo lo que nos rodea, es cuando nos liberamos verdaderamente. Si procuramos que no sea así, aunque sea en el más mínimo detalle, e intentamos dominar, controlar o influenciar la vida de otro encontraremos que esa interferencia se refleja también en nuestras propias vidas, porque son los que nosotros atamos los que nos acaban atando a nosotros. Hubo una vez un hombre que estaba tan atado a sus posesiones que no fue capaz de aceptar un don divino.

    Podemos liberarnos de la dominación de otros con facilidad primero dándoles una libertad absoluta y seguidamente negándonos con cariño y delicadeza a que nos dominen. Lord Nelson hizo algo muy sabio mirando por su catalejo con el ojo ciego. Nada de fuerza, ni de resentimiento, ni de odio, ni de crueldad. Nuestros oponentes son nuestros amigos, hacen que el juego merezca la pena y al final del partido todos debemos darnos la mano.

   No deberíamos esperar que los otros hagan lo que nosotros queremos; sus ideas son las adecuadas para ellos y aunque su camino les lleve en una dirección diferente a la nuestra, el objetivo al final del viaje es el mismo para todos. Nos daremos cuenta de que cuando queremos que los demás "obedezcan nuestros deseos" es cuando nosotros nos volvemos esclavos de ellos.

   Somos como cargueros con destino en diferentes países del mundo, unos en África, otros en Canadá, otros en Australia, que al final tenemos que volver al mismo puerto de origen. ¿Por qué íbamos a seguir a otro barco que va a Canadá si nosotros tenemos que ir a Australia? Eso sólo nos retrasaría.

   Tal vez no nos demos cuenta de cuánto nos atan las cosas pequeñas. Las cosas que nosotros queremos retener con nosotros son las que nos retienen: una casa, un jardín, un mueble... incluso esas cosas tienen derecho a ser libres. Las posesiones mundanas, después de todo, son transitorias, pero nos crean ansiedad y preocupación porque en nuestro interior sabemos que acabarán en una pérdida definitiva e inevitable. Están ahí para disfrutarlas, admirarlas y utilizarlas hasta el máximo, pero no para que tengan tanta importancia que se conviertan en cadenas que nos atan.

   Si le damos la libertad a todos y todo lo que nos rodea nos daremos cuenta de que a cambio nos volvemos más ricos en amor y posesiones de lo que hemos sido antes, porque el amor que libera acaba siendo un amor mayor que une.

 

 

Capítulo XI

La curación

 

    Para encontrar la hierba que nos servirá de ayuda primero tenemos que encontrar el objeto de nuestra vida, lo que deseamos hacer, y también comprender las dificultades del camino que tenemos por delante. Esas dificultades solemos llamarlas defectos o errores. Hagamos que no nos importen esos errores, porque son la prueb misma de que estamos consiguiendo metas mayores: nuestros defectos deberían ser razones para animarnos, porque significan que apuntamos más alto. Permitámonos encontrar qué batallas estamos librando, qué adversario estamos tratando de superar y después tomemos con gratitud y  agradecimiento esa planta que ha caído en nuestras manos para acercarnos a la victoria.  Debemos aceptar estas hierbas maravillosas de los campos como un sacramento, como un don divino del Creador para ayudarnos con nuestros problemas.

    Para la verdadera curación no es necesario identificar la enfermedad: es el estado mental, la dificultad mental por sí sola lo que hay que considerar. Lo que importa es lo que estamos haciendo mal dentro del Plan Divino. Esa falta de armonía con nuestro ser espiritual puede producir cientos de fallos diferentes en nuestros cuerpos (porque nuestros cuerpos después de todo sólo reproducen el estado de nuestras mentes), pero ¿Qué importan esos fallos? Si ponemos nuestra mente en consonancia con nuestros cuerpo pronto sanaremos. Como dijo Jesucristo: "¿Qué es más fácil, decir: "Tus pecados quedan perdonados", o decir: "levántate y anda"?".

   Reitero que debemos tener claro que nuestras enfermedades físicas no importan, sino sólo el estado de nuestras mentes; eso y solamente eso es lo que importa. Por ello, ignorando completamente la enfermedad que sufrimos, únicamente tenemos que tener en cuenta a cuál de los siguientes tipos pertenece.

   Si tenemos alguna dificultad para seleccionar nuestro propio remedio, seguro que nos ayuda preguntarnos cuál es la virtud que más admiramos en las otras personas o cuál de los defectos de los demás es el que más odiamos, ya que seguro que el defecto del que todavía queda algo y nos esforzamos en erradicar es aquel que más odiamos en los demás. Esa es la forma en que nos animamos para eliminarlo del todo en nosotros mismos.

    Todos somos sanadores y con el amor y compasión que hay en nuestras naturalezas seremos capaces de ayudar a cualquier que de verdad desee estar sano. Hay que buscar el principal conflicto mental del paciente, darle el remedio que le ayude a superar ese problema concreto y todos los ánimos y las esperanzas que podamos; la capacidad de curación que hay en su interior.